viernes, 10 de febrero de 2012

LOS MELLIZOS


LOS MELLIZOS.

Bobbie y Billie eran dos hermanos mellizos que vivían en la hermosa
California, donde el Sol brilla durante todos los días del año y los niños
pueden jugar al aire libre todo el día.
Era la tarde del primer día de clases, el día anterior había sido el quinto
cumpleaños de los dos mellizos. Todas las noches la mamá les permitía jugar
media hora, con sus juguetes, antes de que se fueran a acostar.
Aquella tarde ellos estaban jugando a la escuela y contando los cubitos de
madera que tienen dibujados animales y letras. ¿Los conocen ustedes?
Pronto desde la cocina, donde estaba conversando con Juana, la criada, la
mamá oyó a los niñitos que gritaban muy excitados.
"Está bien", decía Billie.
"Está mal", decía Bobbie.
"Está bien",
"Está mal".
"¡Por el amor de Dios!" dijo la madre de los mellizos a Juana, "¿oyes a los
niños?". Para averiguar porqué disputaban fué al comedor donde estaban
jugando y los vió a ambos muy contrariados y a Billie que tenía un cubito
pintado en cada mano.
-"Mamá", dijo Bobbie, "Billie dice que esos dos cubitos son tres, pregúntele
no más".
-"Oiga mamá, este cubito es uno; ¿no es cierto?", le dijo Billie alzando una de
sus manos.
-"Pero claro" le contestó la madre.
-"Y este otro cubito es dos, ¿no es verdad?".
-"Si, Billie, está bien" dijo la mamá.
-"Entonces", dijo Billie, "uno y dos son tres. ¿No es así mamá?"
-"Pero si tú tienes solamente un cubito en cada mano Billie", dijo la mamá: "y
uno más uno son dos; si tu tuvieras dos cubitos en una mano y uno en la otra,
entonces tendrías tres".
-"Pero, mamá", argumentó Billie; ¿uno más dos no son entonces tres?.
-"Bueno Billie, vamos a ver", replicó la mamá. "Supón que tú le das un cubito
a Bobbie, otro a tu mamá y tú te quedas con el tercero".
Entonces Billie le dió un cubito a Bobbie, otro a su madre y, por cierto que no
le quedó ninguno para él, lo que le ocasionó una verdadera sorpresa.
De esta manera aprendió a pensar por sí mismo y a usar su mente. La mamá se
puso muy contenta porque este incidente le demostró que sus mellizos habían
empezado a usar los ojos, los oídos y la mente, como lo habían aprendido en
el colegio.
"Bueno, niños", dijo la mamá, "ahora que estamos otra vez contentos, dejen
sus juguetes en orden y escuchen el cuento que les voy a relatar esta tarde".
Porque la mamá todos los días les contaba cuentos acerca de alguien que
había realizado una gran obra en beneficio del mundo. En otras oportunidades
les había hablado sobre Bell; el hombre que inventó el teléfono; acerca de
Edison que hizo tantas maravillas con la electricidad. Aquella tarde les habló
de Henry Rord, que construyó tantos automóviles e hizo a tanta gente feliz,
porque al bajar el precio del automóvil, podían comprar uno para llegar al
trabajo más ligero en los días de semana y los Domingos, después de las
Clases de la Escuela Dominical, sacar a la familia al campo y mostrarle
preciosos paisajes.
Esta historia despertó en los mellizos el deseo de crecer y convertirse en
hombres, para poder también hacer una labor útil en el hermoso mundo de
Dios. Por eso la madre les dijo que para conseguirlo, debiera gustarles mucho
ir a la escuela, porque allí podrían aprender muchas cosas sumamente útiles.
También les dijo que no debían pelear, porque eso no estaba bien. En vez de
enojarse cuando no estuvieran de acuerdo en algo, debían pedirle a una
persona de más edad que decidiera el asunto. De este modo llegarían a ser tan
hermanables como sabios.
 
 

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